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JUAN-BAUTISTA POQUELIN
"MOLIÉRE"
(París, 15/01/1622 - París, 17/02/1673)
Posiblemente se preguntarán qué tan relevante puede considerarse el rol de este ilustre comediógrafo francés en relación con la HISTORIA como para que se le rinda homenaje en un sitio consagrado, precisamente, a temas de historia y genealogía. La respuesta que en principio resultaría más evidente sería que no mucho, pero sucede que para mí sí tiene una conexión importante, no con la HISTORIA en sí misma, pero sí con mi afición por ella. Y procedo en este punto a explicarme :
Mi gusto por la lectura se remonta a los primeros años de mi infancia. Bastante antes de que hubiese aprendido siquiera a leer, mi padre era sometido cada noche a lo que para él debía ser el tedioso ritual de leerme al menos un cuento antes de dormir, condición sine qua non para que el benjamín de la familia consintiese en acostarse en su propia cama en lugar de ir a escorchar a la suya. Por fortuna conservé el hábito de la lectura cuando pude al fin valerme por mí mismo para tal menester. Los cuentos infantiles fueron sustituidos por comics y libros de aventuras, que eran sobre todo infaltables en mi equipaje durante las vacaciones, cualquiera fuera el destino elegido por mis padres – aunque debo reconocer que las frecuentes visitas a la casa de mi abuela materna, que vivía en un pueblito situado casi en medio de la nada, sin acceso a TV ni cualquier otra suerte de chupete electrónico por al menos un par de interminables semanas, constituyeron el aliciente ideal para que el niñato devorase revistas y libros durante las abrumadoras horas de siesta obligatoria. No obstante, no fue sino hasta mi ya lejana pre-adolescencia, cuando heredé la pequeña biblioteca de libros de texto que había sido patrimonio de mis dos hermanas mayores, que mi gusto por la lectura se convirtió en verdadera pasión.
Fue durante una tarde de lluvia, en la que no tenía nada mejor que hacer, que se me ocurrió tomar uno de aquellos libros, que resultó ser una edición comentada del inmortal Tartufo, cuya introducción contenía una reseña sobre la vida del autor, su época y las circunstancias en que la obra había sido representada por primera vez. Inesperadamente atrapado por la descripción que esa reseña hacía del Rey Sol y su corte, el palacio de Versalles y los fastos desplegados en ocasión de la fiesta llamada Los Placeres de la Isla Encantada, mi imaginación se sumergió a tal punto en aquel relato que desde ese momento me dediqué afanosamente a saber más, en principio sobre los personajes mencionados y sobre ese contexto histórico en particular, pero luego sobre sobre otras culturas y personajes, lo que me llevó a su vez a bucear en otras materias, en especial literatura, mitología y más tarde genealogía. Mi afán llegó de hecho a tal grado que en breve los libros de texto y los cinco tomos del humilde diccionario enciclopédico que había en casa me resultaron no sólo insuficientes sino incluso frustrantes, lo cual determinó que mis visitas a la biblioteca pública se hicieran cada vez más frecuentes. Difícil sería describir mi gozo cuando supe que podía retirar en préstamo un número hasta entonces inimaginable de libros – mi primera tarjeta de libros en préstamo quedó rápidamente colmada y muchas más luego de esa -, y más aún cuando descubrí en ella una impecable edición del monstruoso diccionario enciclopédico Espasa-Calpe, completísimo en artículos de historia, biografías y también en detalladas reseñas genealógicas, materia en la que comencé a interesarme porque mi debilidad ha sido siempre la historia menuda, es decir, aquella que se detiene en los personajes que han contribuido a forjar con sus acciones individuales, heroicas, temerarias o mezquinas, cada uno de los innumerables sucesos que forman parte del devenir histórico.
Qué mas puedo decir, salvo que para el momento en que cumplí mis 15 años ya me había convertido en un verdadero ratón de biblioteca, y de los peores ; un bicho raro que no paraba de levantar la mano en la clase de Historia y que cada tanto osaba incluso corregir al profesor, y que para colmo se lucía también en Literatura, y hasta exhibía un conocimiento absurdo sobre cuestiones tan inútiles como mitología egipcia y greco-romana, cosas todas que para la mayoría de mis condiscípulos distaban mucho de ser motivo de elogio, como en más de una ocasión me lo hicieron notar. Pero bueno, para entonces ya estaba perdido y ninguna pulla o distracción de cualquier otra índole podían apartarme del íntimo placer de leer y acumular conocimientos sin otro fin que saber – ni modo que hiciera entender a mis compañeros que eso era para mí tan o más gratificante que casi cualquier otra cosa -, y de eso, como sin duda entenderán ya a esta altura, me reconozco en primer lugar deudor de Molière, cuya obra he llegado a leer completa y ocupa todavía un honroso lugar en mi biblioteca porque tuvo la virtud de abrir las puertas de mi curiosidad y despertar mi interés en diversas áreas del conocimiento, pero sobre todo en la Historia, que es actualmente una de mis más gratas aficiones.
Por ello es que dedico a Molière, sencillamente, este merecido HOMENAJE.
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